El lince ibérico es un carnívoro endémico de la Península Ibérica. Es un félido de tamaño mediano (machos con un peso medio de 13 kg y casi 10 kg para las hembras) de patas largas y cola corta. Tiene la cara redondeada, con grandes orejas rematadas por pinceles de pelos negros, y largas patillas. El pelaje es de tonos parduzcos, moteado de manchas negras.
Hábitat: Su hábitat típico es el monte mediterráneo, en altitudes comprendidas entre 400 y 1.300 m. salvo en la región de Doñana, donde vive al nivel del mar. Necesita buenas densidades de conejo, zonas con vegetación cerrada para descansar y reproducirse, y un grado mínimo de molestias humanas.
Alimentación: Se basa casi exclusivamente en el conejo (Oryctolagus cuniculus). Le siguen otras especies, como ánsares (Anser anser), crías o hembras de cérvidos, micromamíferos y aves.
Reproducción: El celo tiene lugar en enero y febrero. Después de unos setenta días de gestación nacen de uno a cuatro cachorros, aunque lo más normal es que sean dos. La hembra busca un lugar resguardado para parir: manchas espesas de vegetación, risqueras, troncos huecos, madrigueras e incluso nidos viejos de grandes aves. Aunque los linces son animales solitarios, en este periodo del año suelen estar en pareja.
Distribución: El lince ibérico ocupa el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica. El tamaño de su población se ha recuperado considerablemente en los últimos años, y se estima en 2019 en unos 830 ejemplares.
Aunque la especie ha pasado de “En peligro crítico de extinción” a “En peligro de extinción” gracias al apoyo de administraciones y particulares, y la sensibilización de la población en general, aún persisten algunas de las amenazas de esta especie, como la destrucción y fragmentación de su hábitat, la disminución de las poblaciones de conejos y los atropellos en carreteras.