El artículo 1 de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), define la desertificación como la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas.
La desertificación implica la disminución irreversible, al menos a escala temporal humana, de los niveles de productividad de los ecosistemas terrestres, como resultado de la sobreexplotación, uso y gestión inapropiados, de los recursos en medios afectados por la aridez y la sequía. Así, cada año, según las estimaciones del Instituto para la Vigilancia Mundial (Worldwatch Institute) , los continentes pierden 24.000 millones de toneladas de capa cultivable. En los últimos dos decenios se ha perdido en todo el mundo el equivalente de la capa que recubre la totalidad de las tierras cultivables de los Estados Unidos de América.
La desertificación constituye un proceso muy complejo, resultado de múltiples factores, estrechamente relacionados entre sí, que inciden sobre el sistema y desencadenan un conjunto de procesos y acciones por parte de los agentes naturales y antrópicos que devienen en una degradación más o menos progresiva del medio.
La combinación de factores y procesos como la aridez, la sequía, la erosión y los incendios forestales, entre otros, da origen a los distintos paisajes o escenarios en los que se desarrolla la desertificación en España. La erosión hídrica es el principal mecanismo de la desertificación en el ámbito mediterráneo.