Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido

El clima en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido

El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido tiene una situación intermedia entre los húmedos climas atlánticos y la seca influencia del clima mediterráneo. Las grandes diferencias altitudinales entre valles profundos respecto a las cimas –máxima en macizo Monte Perdido 3.355 m-, junto con la complejidad orográfica, multiplica sus variaciones meteorológicas.

Las montañas de Ordesa soportan motores de cambio global, especialmente, el cambio climático y los cambios en los usos del suelo. La monitorización de las variables climáticas a largo plazo es una pieza básica del sistema de seguimiento, pues necesitamos conocer en qué medida el cambio en las condiciones climáticas está dirigiendo los cambios en la diversidad y los paisajes. De ahí la importancia de los datos recogidos en la estación meteorológica “Torla” instalada en el parque.

Estaciones meteorológicas en el Parque Nacional de Ordesa

La presión atmosférica que se registra en el parques presenta una importante variación entre valles y cimas que influye, aumentando ligeramente, los procesos de evapotranspiración de las plantas y líquenes de cotas elevadas, por su menor presión. 

La radiación solar, muy condicionada por la orografía y el suelo,  produce anomalías en la densidad del aire y, con ello, puede alterar la meteorología respecto a la situación general del tiempo que tanto condicionan la vegetación o el comportamiento de la fauna. En los niveles altitudinales subalpino y alpino -1.600 a 2.300 m- la atmósfera es rica en radiaciones ultravioleta de vital importancia para los procesos biológicos. El suelo desnudo de la alta montaña posee una alta capacidad calorífica que le lleva a aumentar considerablemente su temperatura capaz de provocar fuertes tensiones interiores y, con ello, la disgregación o ruptura de las rocas. La radiación solar en las laderas de orientación sur incide casi perpendicular y es muy superior a la que se recibe en el fondo de los valles donde los rayos solares inciden de forma oblicua. En el contraste térmico por esta variable hay que considerar la radiación reflejada que reciben las laderas de umbría. 

La montaña presenta grandes variaciones en la humedad relativa entre el día y la noche, una de las variables meteorológicas que más influyen en los climas de montaña. Así, el vapor de agua en la atmósfera disminuye conforme se gana altura, si bien la presencia de ciertos tipos de vegetación crea un clima especial y característico, tal y como sucede en los hayedos donde se cita un peculiar ambiente húmedo. A consecuencia del efecto Foehn, la atmósfera puede ser seca. 

Las temperaturas en el parque nacional están muy condicionadas por efectos como la inversión térmica, que afecta a los valles de Añisclo y Escuaín; en la mitad inferior del valle de Ordesa y en el valle de Pineta, la temperatura media primaveral ronda los 7 C, la del verano los 17 C, la del otoño los 10 C y la del inviernos los 3 C. En general, los otoños suelen ser más suaves que las primaveras debido a que el deshielo dura hasta bien entrada esta última. 

Las precipitaciones anuales oscilan entre los 1.200 mm registrados en el punto más bajo del parque –Cañón de Añisclo– hasta los cercanos a los 2.000 mm de cotas más altas. El régimen de precipitaciones tiene su máximo en la época cálida –acompañado de intensas tormentas, además de acusadas oscilaciones térmicas ligadas a la sequía del aire y al calentamiento diurno del suelo. En el mes de septiembre pueden ya caer las primeras nevadas en las cumbres, aunque su escasa intensidad favorece su rápida fusión.

El clima condiciona la biodiversidad

El parque nacional constituye una unidad geográfica de primer orden. Domina su orografía el macizo de Monte Perdido, 3.348 m,  desde donde derivan a modo de brazos los valles de Ordesa, Añisclo, Escuaín y Pineta, cincelados por las aguas respectivas de los ríos Arazas, Bellós, Yaga y Cinca. La complicada historia geológica y morfológica, junto con un clima singular, han dado como resultado una elevada altitud y la presencia de escarpadas pendientes en una continua interacción de clima,  relieve y vegetación. 

Sus valles profundos, con grandes diferencias altitudinales respecto a las cimas y la orografía compleja de todo el territorio, dan lugar a multiples variaciones climáticas dentro de la gama de climas de montaña que influyen, directamente, en la distribución de la vegetación y en sus paisajes con grandes contrastes: la extrema aridez de las zonas altas, desiertos kársticos de altura afectados por las ventiscas, la nieve, la roca desnuda y los restos glaciares; los verdes valles cubiertos por bosques y prados, donde el agua, siempre presente, forma cascadas y atraviesa cañones y barrancos.

Vegetación y flora. Los bosques ocupan la quinta parte de la superficie del parque. En el fondo de los valles abunda el hayedo-abetal, mientras el pino negro ocupa el límite superior del bosque. En el parque nacional encontramos un muestrario más de 1.500 especies de la flora pirenaica donde conviven especies comunes con otras exclusivas de estas montañas, como es el caso de la madreselva de los Pirineos, la corona de rey o la oreja de oso, especie relíctica de épocas tropicales que prospera en las húmedas fisuras de los roquedos calizos. 

Una variedad de especies están adaptadas a lugares difíciles del parque como a las altas cimas, a las grietas de las rocas o a la falta de luz bajo los hayedos. Estas plantas florecen a medida que las condiciones son más propicias para la vida cuando la nieve se va fundiendo: Prímulas, gencianas, lirios, siemprevivas, saxífragas, potentillas, merenderas... son algunas de las más singulares. 

Los fondos de valle están ocupados generalmente por los bosques. El haya, el abeto blanco o el pino silvestre son especies dominantes, y su distribución depende de la orientación y características de cada valle. A la orilla de los ríos aparece la vegetación de ribera, amante de la humedad, con sauces, abedules, fresnos, etc. 

En el Cañón de Añisclo las encinas y las hayas intercambian “sus pisos naturales” debido a la inversión térmica, mientras el pino silvestre se ha extendido por su antiguo aprovechamiento en el valle de Escuaín, y el pino negro emplea todas sus estrategias para sobrevivir en el límite de la vegetación arbórea. 

Los pastizales de los puertos de la alta montaña albergan la mayor biodiversidad del parque, lugares donde, desde hace siglos, el hombre con sus ganados viene aprovechando este importantísimo recurso natural. 

La fauna. En el parque vive una amplia muestra de la fauna pirenaica, especialmente la ligada a los hábitats alpinos y subalpinos de la alta montaña. Se han catalogado siete especies de anfibios, trece de reptiles, cuatro de peces, y más de cincuenta mamíferos.

Al menos ochenta aves nidifican en este espacio. El quebrantahuesos, rapaz osteófaga amenazada, cuenta con varias parejas reproductoras dentro del parque. Son habituales el águila real, la chova piquigualda y el buitre leonado, aves de costumbres rupícolas que encuentran en los cortados rocosos su hábitat vital. 

En las aguas frías de ríos y barrancos, viven las abundantes truchas o el endémico tritón de los Pirineos. La rana pirenaica fue descrita como nueva especie para la ciencia en las inmediaciones del parque en el año 1992. Marmotas y sarrios son mamíferos fáciles de observar en los altos pastizales subalpinos. En las zonas más altas el gorrión alpino, el acentor alpino, el treparriscos y el lagópodo alpino, entre otras especies, logran soportar las difíciles condiciones de estos medios boreales.