El mar es el gran protagonista de los paisajes sonoros de Cabrera. Al batir contra un acantilado, con eco dentro de las cuevas litorales o como un rumor sordo pero perceptible desde los valles interiores de las islas, el Mediterráneo siempre está presente. El griterío de las colon ias de gaviotas, los maullidos de las pardelas o las llamadas de los halcones marinos necesitan el fondo de las olas para resultar reales. En caso contrario el efecto sería falso, desprovisto de la verdadera ambientación natural del entorno en el que habitan.
Por esa razón, en este trabajo el mar es el hilo conductor y las olas no dejan de percibirse, ni siquiera entre las pausas que quedan entre un tema y el siguiente, unidas por diferentes tipos de aguas.
El recorrido sonoro por el archipiélago comienza en dos noches primaverales, en los momentos de las entradas a sus respectivas colonias de cría de bandadas de pardelas cenicientas y baleares, específica ésta ültima de las islas del Mediterráneo occidental, así como algunos paíños. Todas ellas forman en conjunto el que quizá sea el grupo zoológico más valioso del Parque Nacional. Y sin duda el más peculiar en cuanto a sonido. Siguen varias panorámicas por los ambientes de las diferentes especies de aves marinas, desde la atmósfera tranquila de un amanecer en el puerto, sólo interrumpida por los gritos ásperos de algunas gaviotas de Audouin, hasta el increíble clamor de una colonia de cría mixta, junto con gaviotas patiamarillas, en la isla de Connills. O unos cormoranes moñudos secando sus alas al sol tras el primer chapuzón de la mañana.
El paisaje sonoro del interior de las islas, en especial de Cabrera Grand, es bastante menos espectacular, aunque en absoluto monótono. Por vaguadas y laderas, donde crece un apretado matorral de lentiscos y coscojas, se escucha el persistente canto de las currucas, entre las que destacan la cabecinegra y la sarda. Sus llamadas, parloteos rápidos y sin altibajos, suenan tan resecas como el hábitat que ocupan. En otras áreas, de vegetación más abierta y suave, se escuchan las notas algo más melodiosas de verderones y jilgueros. Y por todas partes los gritos estridentes de ve ncejos, halcones y, cómo no, el rumor continuo formado al fundirse el viento con el mar.
Otra de las rarezas de Cabrera son los halcones marinos, o de Eleonora, habitantes de algunos acantilados, muy amenazados hasta hace poco y hoy en franca expansión por todo el archipiélago. Los vuelos nupciales de estas aves tienen lugar en pleno verano, cuando ya las pardelas con las que se abría el disco han concluido con sus trabajos de cría.
Pero un recorrido sonoro por Cabrera tiene que concluir en el mar. Bajo el mar, para ser más precisos. Las aguas de Cabrera, ricas en pesca, lo son también en delfines mulares, fácilmente visibles desde cualquier oteadero. Pero aquí vamos a seguirles durante algunos minutos sobre y bajo el agua, en persecución de un banco de peces guiados por su peculiar sistema de navegación basado en los ecos reflejados de sus propias voces.
Tras los delfines ya sólo queda el sonido del mar.
Carlos de Hita