Mayo 2015
Históricamente las ciudades se han erigido y han funcionado con cierta oposición al mundo no urbano expresada de diferentes maneras. Se puede pensar en este sentido en las ciudades medievales literalmente separadas por murallas del exterior. Pero también en la ciudad contemporánea e industrial expandiéndose por el territorio circundante, ubicando instalaciones indeseadas, y generando así una periferia que no es ni campo ni ciudad sino una confluencia de las dos, y que suele tener las peores características de una y otra.
Viejas intuiciones, nuevo paradigma
Uno de los libros decisivos sobre la transformación urbana lo escribió en 1961 Lewis Mumford: The City in History. En esta obra de referencia Mumford repasaba la evolución de la ciudad como expresión de la civilización y de la visión del mundo dominante en cada momento histórico y llegaba a la conclusión de que la separación entre "hombre y naturaleza" y entre "hombre de ciudad y hombre de campo" estaba superada y no se podía mantener. Casi un siglo antes, Ildefons Cerdà, al concebir el Eixample barcelonés, había tenido la misma intuición y actuó bajo la premisa de "urbanizar el campo y ruralizar la ciudad".
Estas expresiones del pasado son de plena actualidad. A principios del siglo XXI las fronteras entre ciudad y naturaleza se borran y lo hacen a partir de un nuevo paradigma donde los aspectos ambientales son decisivos. Así se puso de manifiesto en la sesión de Ecotendencias que tuvo lugar el pasado 16 de abril en el Cosmocaixa de Barcelona, y que invitó a dos personas en primera línea de reflexión -y de intervención- sobre el hecho urbano: el arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, Vicente Guallart, y el arquitecto paisajista francés, Olivier Philippe. La sesión fue conducida y moderada por Josep Maria Mallarach, miembro de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas y de la Comisión de Políticas Ambientales de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
El nuevo paradigma consiste en ver la ciudad como un ecosistema inserto en un medio con el que se ha de interrelacionar, "si se quiere que los centros urbanos sean habitables", apuntó Philippe. Las relaciones ya no pueden consistir en "prescindir de la naturaleza, tal como se hizo con el proyecto de la modernidad" -según Guallart. Esta forma de entender la dialéctica rural-urbano dañó la calidad de vida en la propia ciudad y llevó la degradación a su entorno más inmediato.
Renaturalizar la ciudad
La presencia de la naturaleza en la ciudad no es ninguna novedad. Las urbes estadounidenses crecieron en el siglo XIX con grandes cinturones verdes. Y la idea de ciudad-jardín ha hecho fortuna en los dos últimos siglos en todo el mundo anglosajón, incluso se ha llegado a exportar a otros ámbitos. En este último caso, sin embargo, este modelo ha revelado sus efectos negativos ya que la separación funcional que impone (vivienda por un lado, puestos de trabajo y actividad por otra) es a la larga insostenible en términos de movilidad y contaminación.
La renaturalización que se propone en este momento parte de una regeneración sistémica. En primer lugar se trata de "llevar la naturaleza dentro de la ciudad" en palabras de Vicente Guallart. Esto significa incrementar el verde urbano en las propias calles remodelando vías principales con este criterio, en las azoteas de los edificios (cubiertas verdes), en la multiplicación de huertos en el centro de la ciudad aprovechando espacios vacíos, en la recuperación de interiores de manzana en el Eixample. También conlleva ganar más espacio para el peatón y para los medios de transporte no contaminantes, en detrimento sobre todo del vehículo privado. Y a más largo plazo implica avanzar hacia un modelo productivo radicado dentro del propio tejido urbano, favoreciendo por tanto el acceso a los puestos de trabajo, y promover la autosuficiencia energética.
Un segundo aspecto es la mejora de los parques y jardines y el patrimonio natural en general mejorando la conectividad biológica entre espacios y haciendo que la naturaleza y la urbe interactúen y se potencien mutuamente en beneficios de la ciudadanía. Esta estrategia está recogida en el Plan del Verde y la Biodiversidad Barcelona 2020 y conlleva modificaciones importantes en el diseño y el mantenimiento de diferentes espacios y, sobre todo, un cambio de mentalidad a la hora de afrontar la gestión.
Diferentes escalas y velocidades
En el debate de Ecotendencias se remarcó que la modernidad había llevado a un concepto erróneo de funcionalidad. Las autopistas urbanas, la rotura de las conexiones entre espacios naturales y urbanos, o la impermeabilización total de los suelos, se hicieron en nombre del progreso y para conseguir -supuestamente- más eficacia en las funciones urbanas. El nuevo paradigma de la renaturalización implica deconstruir vías rápidas, rehacer los corredores y las zonas de paso, y quitar asfalto de donde sea posible para que el agua siga su ciclo adecuadamente.
Estas intervenciones se plantean a diversas escalas y permiten una coexistencia más armónica de varias velocidades dentro de la misma ciudad. Dos buenos ejemplos en este sentido serían el proyecto Canòpia Urbana de remodelación de la Plaça de las Glòries o la propuesta de recuperación del trazado del Rec Comtal que forma parte del proyecto del parque lineal Sagrera. En estos dos casos se ve cómo el empleo de una gran cantidad de espacio no contradice el hecho de atender a una escala más reducida. A pesar de su presencia gigantesca, Glòries y Sagrera se estructuran en espacios más pequeños que atienden múltiples necesidades: juego, deporte, estancia, relación social, e incluso nodos de biodiversidad inaccesibles a preservar (una intervención que Olivier Philippe defiende a capa y espada).
Los dos proyectos hacen compatibles las comunicaciones rápidas ya sea en superficie o en el subsuelo (TAV, tren, metro, tranvía, bus) con los corredores ciclistas y peatonales que son útiles para la comunicación de proximidad. La idea de diferentes escalas y velocidades en la misma ciudad también se pone de manifiesto en las supermanzanas de las que ya hay una prueba piloto que terminará en 2017. Todas estas intervenciones tienen en común que sirven para aumentar significativamente la cantidad de verde urbano.
Conectar con la periferia
La renaturalización también implica una mirada a la periferia y los grandes espacios como ríos, montañas o campos. Barcelona, por ejemplo, descuidó durante décadas sus cursos fluviales (Besòs y Llobregat). Ahora ha recuperado uno en su tramo final, el Besòs, y en parte también el Llobregat. Pero, como ha apuntado Vicente Guallart, hay que llevar la ciudad al río en el primer caso y terminar de vertebrar el parque agrario del Llobregat con el río potenciando su valor natural, ecológico y el económico. En una línea similar se encuentra el proyecto de Gran Parque Garona en Toulouse, pensado para vertebrar unos ejes de comunicación alrededor del Garona que permitan atravesar toda el área metropolitana de la capital occitana con infraestructuras blandas (paseos peatonales, carriles bici, tranvía) dentro de la propia naturaleza, y donde la ciudad será una etapa más dentro de un trayecto más amplio. El horizonte del proyecto se sitúa en el año 2030.
En el caso de Barcelona, una vez hecha la recuperación del litoral y parcialmente la fluvial, ahora el gran reto de futuro es la conexión de la ciudad con el Parque Natural de Collserola. Esta conexión se impulsa con un plan a largo plazo: Las puertas de Collserola, cuya finalidad será facilitar el acceso al parque desde el casco urbano en diferentes puntos, incrementando el valor de estos lugares.
Obstáculos y dificultades
Los ejemplos mencionados podrían llevar a una visión casi idílica de la renaturalización de la ciudad pero, en realidad, como todo cambio de paradigma, implica dudas y resistencias. Algunos de estos aspectos surgieron tras el debate que mantuvieron Vicente Guallart y Olivier Phillipe, cuando llegó el turno de las intervenciones. Así, se planteó si era lo suficientemente sensato incrementar la biodiversidad de la ciudad cuando hoy se está luchando contra la presencia masiva de ciertas especies animales, como las ratas. También si la contaminación urbana hacía bastante segura la agricultura en este contexto. Fuera de este debate, iniciativas como las supermanzanas han sido cuestionadas en el sentido de que la pacificación del tráfico en algunas vías podría llevar a la sobrecarga de ruido y polución en las zonas que incrementarían la circulación de vehículos desviados de las supermanzanas.
Más allá de las soluciones concretas a cada caso, la renaturalización no es una moda, sino un movimiento de fondo y de alcance mundial. Las principales capitales la están adaptando a sus realidades. El desarrollo de la High Line en Nueva York, sobre una antigua vía ferroviaria; el derribo de la autopista urbana de Cheonggyecheon en Seúl; o la atrevida introducción de un bosque lineal en París aprovechando terrenos en desuso: La Fôret Linéaire son ejemplos destacados. El movimiento es imparable y tiene también una dimensión transversal como demuestra, entre otros, la iniciativa Biophilic Cities. Tal y como apuntó el moderador del debate de Ecotendències, Josep Maria Mallarach, "las soluciones a los problemas que irán apareciendo habrá que buscarlas en alianza con la naturaleza y no contra la naturaleza".
Información: Ecotendencias
Fuente: Sostenible. Revista de la Xarxa de Ciutats i Pobles Cap a la Sostenibilitat (Albert Punsola)