Los ambientes litorales constituyen áreas de transición entre los sistemas
terrestres y los marinos. Conceptualmente son ecotonos, fronteras ecológicas
que se caracterizan por intensos procesos de intercambio de materia y energía.
Son ecosistemas muy dinámicos, en constante evolución y cambio.
De las razones que inciden en el considerable dinamismo del litoral destacan
los procesos geomorfológicos dominantes, que diferencian dos tipos de costa, de
erosión (acantilados) y de sedimentación (playas, arenales y humedales
costeros). Los elevados aportes de sedimentos, materia orgánica e inorgánica
procedente de las cuencas hidrográficas, producen un efecto fertilizador del
litoral que determina altas tasas de productividad y que contribuye al
mantenimiento de las redes tróficas.
La variedad y singularidad de los ecosistemas que constituyen el litoral hacen
de éste un espacio de alto valor ecológico, con una considerable diversidad
biológica. Además, en la caracterización del litoral es necesario destacar los
siguientes valores:
La rigurosidad de las condiciones ambientales a las que se ven sometidas las
comunidades biológicas litorales, provoca una marcada selección que favorece
fenómenos de diferenciación y especiación. Esto confiere riqueza y
originalidad, así como un considerable nivel de endemicidad a estos ambientes.
Todo ello también repercute en su fragilidad. Por lo general, las comunidades
biológicas litorales se disponen de manera zonal en bandas paralelas a la línea
de costa.
Se pueden establecer transectos desde las áreas con menor influencia marina
hasta las sumergidas totalmente en el agua.
En la Península Ibérica, existen diferencias notables entre la costa atlántica
y la mediterránea:
En el Mediterráneo, a diferencia del Atlántico, no se producen mareas vivas, esto trae consigo la ausencia de tramos de costa baja con grandes zonas de inundación por mareas.