Doñana, por su ubicación geográfica al sur de Europa y cerca del continente africano, es un lugar de vital importancia para muchas aves migratorias que encuentran aquí un lugar de invernada o de cría. Algunas especies vienen de lugares cercanos y otras proceden de regiones muy alejadas, y Doñana no es siempre el punto de destino de estas aves. Muchas escogen estas tierras como área de descanso y alimento en sus largos viajes entre Europa y África. Entre los millones de aves que anualmente pasan por este territorio las hay muy diferentes: rapaces, zancudas, limícolas, gaviotas, palomas o incluso pequeños pájaros; pero las más notorias por su abundancia y vistosidad son las acuáticas.
Las aves acuáticas en Doñana están muy bien representadas, especialmente por las poblaciones migratorias invernales. Cuando en el norte de Europa comienzan las primeras nevadas y las aguas se hielan, el territorio ofrece muy poco alimento para un gran número de aves que deben iniciar sus viajes migratorios. En esos momentos, las primeras lluvias y el rocío de la mañana hacen renacer en Doñana una trama de humedales que ofrece abundante alimento para las aves. Doñana, noche tras noche, se va llenando de graznidos gozosos. Las aves invernantes habitan estas tierras entre octubre y febrero, y entre ellas destaca por su número el ánsar común.
Avanza el tiempo, crecen los días y suben las temperaturas: ya es primavera. Las tierras del norte ofrecen alimento renovado y cobijo a quienes deben emprender su marcha para la cría; desde el África subsahariana, otras poblaciones van llegando. Buscan el alimento que ya escasea en sus refugios de invierno, con la premura de instalar sus nidos. Son las aves estivales, que de principios de marzo hasta finales de agosto viven en Doñana.
Además del amplio abanico de especies de aves distintas que concurren en este territorio, cabe resaltar la gran abundancia y concentración de muchas de ellas. En un solo invierno, en Doñana se pueden concentrar ser unos 200.000 individuos.
El ánsar común es una de las especies emblemáticas de las Marismas del Guadalquivir. A Doñana llega cada año la población que se reproduce en los países escandinavos, Holanda, Alemania, oeste de Polonia y la República Checa, por lo que la salud y el número de sus poblaciones dependen en gran medida de las condiciones que se encuentren en estas Marismas.
En el Parque Nacional se cazaron ánsares hasta 1983, aprovechando la costumbre de estas aves de ir a la duna más alta y extensa de Doñana, el Cerro de los Ánsares, para “comer arena”. La ingestión de arena y pequeñas piedrecitas les ayuda a digerir los rizomas de castañuela, uno de sus principales alimentos durante la invernada. Contemplar al amanecer grandes bandos de ánsares volando desde la marisma a la cresta de esta duna, es uno de las experiencias más hermosas de Doñana. Aún hoy sigue existiendo un número importante de perdigones de plomo en esta duna que son ingeridos por los ánsares. Su acumulación puede desembocar en la enfermedad letal denominada plumbismo. Actualmente, la retirada de plomo de este Cerro es una tarea habitual del voluntariado y la sensibilización ambiental en el Parque Nacional de Doñana.
Antes de abandonar la marisma, nos detendremos en dos especies que despiertan gran curiosidad: el morito y el flamenco.
El morito común es el único ibis europeo, y aparece catalogado a nivel nacional como ave de interés especial. No nidificaba en las Marismas desde hacía décadas y lo volvió a hacer a partir de 1996, tras la fuerte sequía de los primeros años noventa, pasando de siete parejas reproductoras en 1996 a casi 2500 en 2010. Los moritos se instalaron en el Lucio Cerrado Garrido, junto al Centro de Visitantes José Antonio Valverde, convirtiéndose en un recurso de gran interés para la divulgación en Doñana.
Muchos visitantes creen que el flamenco común es una de las aves reproductoras más características de Doñana. Sin embargo, esta especie se considera como reproductora ocasional en las Marismas del Guadalquivir ya que solo intenta la cría en años en los que las precipitaciones proporcionan zonas adecuadas para ello. Fue en las Marismas de Doñana, en 1883, donde la observación de los nidos de flamencos permitió describir por primera vez la posición y forma de incubación de los flamencos con exactitud, ya que durante los dos siglos anteriores se había creído que el flamenco permanecía de pie en un nido construido hasta su altura, tal y como había sido descrito en el S. XVII