A Jesús Garzón. Porque sin su acción, Monfragüe, sencillamente, ya no existiría.
Hay nombres que encierran muchos significados. En las tres sílabas de Monfragüe podemos entrever un terreno montaraz, fragoso, áspero y quebrado. Una sucesión de sierras escarpadas, riscos astillados y ríos encajonados en profundos valles; todo ello cubierto por montes espesos, encinares y dehesas de alcornoques.
En el mismo nombre del lugar va implícito el catálogo de sus habitantes. Por todo el parque, casi en cada repisa de piedra, en la copa de cada árbol frondoso, anidan buitres negros y leonados; águilas imperiales, reales, calzadas y culebreras; alimoches y cigüeñas negras. No hay risco desde el que en las noches de invierno no se escuche el lúgubre lamento del búho real. Y llegado el otoño, con las primeras lluvias tras el estiaje, con la primera hierba del año, Monfragüe retumba con los bramidos de los ciervos encelado.
En este disco vamos a hacer un recorrido sonoro por algunos de los acontecimientos más importantes del año en Monfragüe. Una sucesión de imágenes sonoras por los paisajes más característicos del Parque Nacional. En ocasiones la grabación se referirá a un espacio determinado, localizado en el mapa: la portilla del Tiétar, el Salto del Gitano o la dehesa de las Cansinas. Otras, será un compendio de sonidos registrados aquí y allá; ningún lugar en concreto, y todos en general. Pero no sólo escucharemos las voces de los animales. El paisaje sonoro está compuesto por otros muchos ingredientes: la tormenta, la lluvia y el viento, por ejemplo. Así como por los efectos con que la distancia, el calor, la humedad y el frescor de las noches modifican el sonido.
Y el eco, un reflejo que Monfragüe devuelve de sí mismo al estrellarse contra las paredes verticales de riscos y portillas.
Carlos de Hita