Comienza este descenso por el curso de la riera de Sant Nicolau en las cotas más altas, cerca de la divisoria entre las dos cuencas hidrológicas del parque, por encima de los 2.500 metros. Aquí el agua está todavía apresada en forma de nieve. Pisamos el reino helado del lagópodo alpino o nival, la perdiz blanca, a la luz espectral que ilumina las laderas pétreas alrededor del Port de Ratera dos horas antes del alba.
Aún de noche, y varios grados por debajo del punto de congelación, despiertan las aves alpinas. El primero es el colirrojo tizón. Le siguen los dos acentores, el común y el alpino.
Poco a poco la nieve se funde y el agua inicia su viaje hacia el valle. Miles de regatos surcan las praderas sobre las que vuelan los bisbitas ribereños alpinos.
La unión hace la fuerza. Las aguas se juntan y forman un cauce considerable que se remansa bajo las superficies, todavía heladas, de los multiples estanys que jalonan el descenso. En este caso nos quedamos junto al Redó. Sobre las crestas rocosas restallan las chovas piquirrojas y de la pared llega el silbido alargado del treparriscos.
A la salida del lago la corriente escurre bajo un lecho de rocas. Se aproxima una tormenta. El trueno rebota en las cumbres y rueda valle abajo. Sólo la lluvia interrumpirá el canto del mirlo capiblanco.
Sobre el murmullo del valle, formado por el sonido del viento y el agua, filtrados por el eco y la distancia, un rebaño de rebecos lanza el chasquido de alarma. Precaución inútil ya que se encuentran en un pedregal, rebuscando la hierba fresca entre las repisas y las mesas abiertas en la roca y, dada su facilidad para correr por terrenos imposibles, a salvo de cualquier perseguidor. Al mismo tiempo, al pie de la ladera, las marmotas silban en las bocas de sus madrigueras, abiertas en las oquedades que quedan en zonas de derrumbe.
Más abajo aún , el río Sant Nicolau alcanza el nivel del bosque. La pendien te se suaviza hasta alcanzar la horizontalidad, la corriente se ensancha y el río serpentea en pronunciados meandros. Oculto en la maraña de la orilla canta un mosquitero común . Un mirlo acuático pasa como una flecha sobre la corriente y un zarcero lanza su llamada, rítmica y repetitiva.
El sonido del agua calla al llegar a los Prats d-Aiguadassi, cerca de la Font de la Pega, tan espeso es el bosque y tan lenta la corriente. Posiblemente éste sea el único lugar del Parque Nacional, y hasta de todo el Pirineo, donde el agua pasa desapercibida.
En tales condiciones cualquier sonido destaca sobre el fondo vacío. El golpeteo es de un picapinos que busca comida bajo las cortezas Un trepador azul reclama desde la distancia.
El borboteo de la Font de la Pega nos devuelve al cauce del río, que tras serpentear por las praderas de Aigüestortes se precipita con estruendo en las cascadas de Sant Esperit.
Atardece. Ranas comunes y vacas brunas comparten hábitat en las aguas tranquilas del estany de la Llebreta. Las primeras están en su elemento; las segundas intentan expulsar del suyo a los tábanos. Silban también los sapos parteros.
El río fluye ahora entre prados de siega, setos y bosques de ribera. Los saltamontes estridulan en las hierbas altas, que todavía conservan el calor del día.
Canta la curruca capirotada y un ruiseñor lanza su reclamo, un silbido seguido de un carraspeo. Al fondo, otros mirlos y otros ruiseñores.
Entramos en la noche. Una piara de jabalíes rebusca entre la hojarasca, fresca y mullida. Un macho olfatea el peligro, rebudia, y esa es la señal para que todos emprendan la huida.
Ajeno a todo, un zorro ladra a la oscuridad desde la otra orilla.