Los Picos de Europa han tenido una ocupación pronta y antigua. No les ha ocurrido lo que a otras famosas montañas, a las que las creencias religiosas o sus grandes magnitudes convirtieron en espacios inhabitados, aislados o sagrados. Por el contrario, la presencia humana es permanente en los Picos de Europa desde, al menos, el Neolítico. Es en esta época cuando se produce el paso de los cazadoresre colectores a los agricultores y ganaderos, proceso que transformó de manera sustancial el hábitat de los grupos humanos. La nueva actividad se desarrolló con arreglo a fórmulas y métodos que se han mantenido a lo largo de los siglos y que llegan a nuestros días.
La sociedad neolítica se caracterizó por la formación de poblados estables, generalmente ubicados en los valles o en terrenos que posibilitaran su uso permanente para la habitabilidad y para la explotación de la agricultura. Al mismo tiempo se ejerció una ganadería trashumante de temporada o periódica que llevó a los pastores a buscar los terrenos necesarios en las alturas para llevar a ellos sus vacas, ovejas y cabras. Ningún rincón quedó al margen de esta ocupación por remoto o peligroso que fuera, siempre que permitiera el deseado pasto, a tenor de la retirada de las nieves.
Esta nueva actividad queda reflejada en la toponimia. En el macizo occidental existen dos vegas que reciben el nombre de Camplengo (Camplengo Viejo y Camplengo La Cueva). Son los campus longus, los campos alejados, los últimos terrenos que podían ser aprovechados. Más arriba se mantenían las nieves permanentes que imposibilitaban el pastoreo. La realidad ha cambiado, ya no existen zonas glaciares y los ganados llegan a las altas cumbres, pero el nombre de las susodichas vegas se mantiene, recordándonos las etapas pretéritas.
Precisamente es la toponimia la mejor fuente que fundamenta la aseveración de tan antigua ocupación del terreno, confirmando lo que atestiguan los todavía escasos estudios arqueológicos que se han llevado a cabo. Los hallazgos de las cuevas de Cabrales, Onís y Cangas de Onís, los depósitos de Asiego, Gamonedo, Coraín, Celorio, Susierra, Labra, Mestas, Isongo, Vegabaño, Tresviso, etc, los dólmenes de Contranquil y de Mián, los restos ortostáticos de Pirué y otras manifestaciones adveran la indudable presencia de esta población neolítica; pero son los hidrónimos, los orónimos, todos los topónimos, en definitiva, los que completan ese conocimiento y sirven de testimonio indiscutible al respecto.
La ganadería
Se ha producido en los Picos de Europa una interrelación intensa entre el territorio y sus ocupantes, cuyas manifestaciones son tan evidentes que parece haber existido una simbiosis entre ambos elementos. De manera que puede afirmarse que el paisaje es tanto el resultado del relieve natural y de la composición morfológica como de la acción humana a lo largo de los siglos.
No es aventurado pensar que todas las cavidades existentes en las vegas o en zonas que contaban con pastos circundantes fueron utilizadas en algún momento y durante largos periodos, aun cuando no tengamos en nuestros días los datos personales de sus ocupantes o memoria alguna de la época de su aprovechamiento, en base a los restos materiales que subsisten en ellas, a la capa grasienta y negra que recubre las rocas producida por el humo del fuego encendido en el lar. que, pese al abandono de la cueva y a la acción del medio ambiente, indica que se usaron prolongadamente. De esta manera nos encontramos con oquedades que conservan esa negrura fosilizada y de las que los lugareños no conocen su ocupación ni por referencias de sus ascendientes. Tal es el caso de algunas grutas de Rexes y de Cabrerizas, en el seno de la garganta del Cares.
La importancia de la cueva quedó patentizada en ocasiones en el topónimo que cualifica un determinado lugar. La identificación expresa la relevancia pretérita que tuvo para los pastores y su ancestral utilización. Así: La Covellona, la Cueva El Peyón, Cuevo Oscuro, Cueva Grande, Corroble, Cueva del Agua, Cueva Las Merinas, Cueva Dentro, Ancuevas, Cueva Lluques, La Jayada, etc. La evidencia de su uso se resalta por la existencia de ortigas en su antojana a causa de la abundancia de excrementos de los animales.
En otros casos se sabe el dato de su ocupante más famoso o del pastor que la habilitó para convertida en su hábitat. Los ejemplos más notorios de este subtipo los tenemos en el Cuevo de Hurtado y en la Cueva del Plagu.
Muy cercano a esta clase de hábitats naturales están los alojamientos que aprovechaban los huecos en la base de las grandes piedras que un día se desprendieron de las altas peñas y rodaron hasta quedar depositadas en alguna vega. Reciben el nombre de redondas. Tenemos dos casos verdaderamente paradigmáticos, aunque hay otros de menor importancia. Nos referimos a la majada El Redondal, alIado del desaparecido lago de Andara, de excepcional interés etnográfico; y a Los Redondos, junto a Ordiales de Abajo.
La constancia de cabañas es muy posterior. Las más antiguas aparecen documentadas en el siglo XV, como las de Culiembro y Ostón en época en que eran aldea estable, sin que haya podido datarse su despoblamiento. Estas construcciones fueron levantadas por los hombres con el fin de mejorar y acomodar las condiciones de su larga estancia en el puerto. Su forma más primitiva, testimonio de las más ancestrales chozas, fue la llamada de piña: redonda, pequeña, con entrada minúscula y recubierta con techo de piedras. En algún caso, éstas se recubrían también con barro o con tapines de hierba, tratando así de asegurar su impermeabilidad. De este linaje de edificaciones quedan las de Teyeres, el Jou La Perra o Cala pozo. Muchos años después, cuando ya se contaba con el hormigón, se utilizó este elemento como techumbre de mayor estabilidad, como se hizo en la majada de Moeño.
Son más comunes las que están cubiertas con tejas y construidas a una vertiente. Suelen estar exentas, lo que no obsta para que veamos algunas buscando su apoyo en la seguridad de la piedra (La Ciella). Unas tienen alero (La Ercina, Vega La Cueva, Las Vegas de Sotres...) y otras cuentan con antojana cercada (Camplengo La Cueva). Pero lo normal es que el techo no sobresalga y caiga a plomo con los muros por ser así más resistentes a la acción de los vientos y al peso de las nieves. Las de dos aguas son más grandes y suelen tener dos compartimentos: el habitáculo del pastos y la cuadra, aunque esta disposición no es general, pues las hay que, teniendo su techo dos caídas, se dedican exclusivamente a la habitación humana, como encontramos en Parres, en Vega La Cueva, en Amuesa y en Arnandes.
La minería
Aunque el primer ciclo metalúrgico del ámbito de los Picos de Europa se relaciona con la Edad del Bronce (Mina Milagro, en Onís), el apogeo de la acción minera desarrollada en sus entrañas no llegó hasta mediado el siglo XIX, finalizando en el último cuarto del siguiente. Los metales más importantes obtenidos fueron manganeso hierro en macizo occidental (El Cornión) y cincplomo en el central (Los Urrieles) y oriental (Andara).
Durante más de un centenar de años la minería propició el dinamismo económico de este territorio, constituyendo el modo de vida de muchas gentes del lugar. Aquellas actividades han dejado visibles cicatrices en las rocas de la gran montaña, así como ruinas de casetones, zigzagueantes pistas y caminos, huellas toponímicas, daños medio ambientales y un vasto anecdotario humano.
Las características topográficas del terreno, unido a una climatología desfavorable y al alejamiento de los yacimientos a núcleos poblados, hicieron muy dificultoso y costoso el laboreo. Las principales instalaciones estaban situadas a pie de mina, destacando las emplazadas en zonas aledañas a los lagos de Covadonga y en las vegas de Aliva y Andara.
Uno de los mayores problemas a resolver por la logística minera fue el transporte, obligando a construir un centenar de kilómetros de viales (muchos de ellos de mampostería), por donde circulaban carros de bueyes ("rodales") cargados con mineral. Unas veces se acondicionaron caminos ya existentes, algunos eran calzadas romanas, otras hubo que horadar la roca para habilitar rcorridos inverosímiles a través de laderas escabrosas.