El Mediterráneo, cuna de las más antiguas culturas occidentales, es un ámbito natural de una belleza difícimente interpretable. Carece de la espectacularidad de las montañas, del misterio los umbríos bosques atlánticos y de la ebullición de vida de los humedales. Sin embargo, los viejos encinares, alcornocales, y el aromático matorral mediterráneo, son el más genuino paisaje ibérico.
El paisaje de los Montes de Toledo responde a unas características geológicas relativamente simples. Las sierras, paleozoicas y de naturaleza cuarcítica, están muy erosionadas y presentan aspecto ondulado. Están generalmente dispuestas en alineaciones este-oeste. Las rañas, finiterciarias-pliocuaternarias, proceden de material de las montañas.
Aunque la mediterraneidad del clima es una característica de la zona a describir, hay una rango de variación en la pluviosidad desde los 450 mm de precipitación de la estación de El Torno (al SE) hasta los 750 mm de la de Navas de Estena (extremo NW). La altitud, que oscila desde los 620 m en el nivel basa!, hasta los 1.500 en las cumbres del Rocigalgo, da lugar a existencia de dos pisos bioclimáticos (meso y supramediterráneo) y sus formas transicionales. También la topografía creada por la acción de la red fluvial origina singulares microclimas.
La evolución de los usos humanos, las limitaciones y actividades mantenidas, han modelado la situación actual en los Montes de T oledo. El diferente uso de las dos grandes unidades geomorlológicas, las rañas y los montes, ha originado un I?aisaje en mosaico con dos grupos de sistemas diferenciables en su estructura, funcionalidad y usos. La huella actual del hombre en Los Montes es muy visible en las rañas que circundan las poblaciones, más escasa en las rañas alejadas de éstas, y mínima en las zonas serranas, donde el uso tradicional casi desapareció después de la desamortización, aunque aún conserva su impronta. Aquí puede observarse que en las zonas que no podían ser utilizadas para rozar o pastar, de acuerdo a las Ordenanzas (más o menos el tercio superior de las sierras), los bosques han resistido, imbatibles, el paso de los años. Sin embargo, pese a su mejor estado de conservación, la huella del carboneo que se practicó a principios del siglo XX se aprecia aún en estas zonas boscosas, salpicadas de viejos tocones, veredas y horneras.
Un paisaje aromático
Probablemente una característica que define el monte mediterráneo es su olor. Los abundantes aceites esenciales que emplean para defenderse de los tórridos meses estivales las jaras, romero, tomillos, cantueso, etc, impregnan el aire, especialmente tras las lluvias de otoño.