Enclaves singulares en la sierra son las turberas, localmente conocidas como «trampales». Su encharcamiento impide la existencia de las bacterias nitrificantes, produciéndose un importante défiéit de nitratos en el suelo. Pese a ello, las turberas están llenas de vida y son uno de los mejores ejem plos de la adaptación de los organismos al medio. Muy cerca del agua, en los intersticios de la turbera, viven las plantas carnívoras, que obtienen los nutrientes -y especialmente el nitrógeno- por digestión de las proteínas de sus presas.
Encontramos la tiraña o pinguicola (Pinguicola lusitanica), planta terrestre con una roseta basal de hojas revestidas de pelos glandulosos viscosos que atraen y retienen a los insectos, y la atrapamoscas (Drosera rotundifolia). Ésta tiene las hojas provistas de pelos pegajosos donde quedan adheridos los insectos. Los movimientos desesperados de la presa producen el movimiento de los demás pelos y el arrollamiento de la hoja, que volverá abrirse tras la digestión. Formando colonias por doquier aparecen musgos, como Sphagnum, capaces de almacenar grandes cantidades de agua incluso procedente de la atmósfera.
En la superficie de la turbera la planta dominante es el brezo de pantano. Para sobrevivir en este inhóspito medio, ha de asociarse a un hongo en una simbiosis conocida como micorriza: el hongo penetra en las raíces de las plantas jóvenes y toma los hidratos de carbono, aportándole a cambio un complejísimo sistema radicular capaz de captar los escasos nutrientes. Otras especies de plantas se asocian con bacterias capaces de asimilar el nitrógeno atmosférico. Es el caso del mirto de Brabante, que pre senta aquí su límite meridional.