En Las Cañadas se encuentra el mejor registro de la historia del hombre en Tenerife, debido a la gran riqueza en yacimientos arqueológicos.
El Teide y Las Cañadas no sólo tenían un significado espiritual para los guanches, sino que esta zona era también un recurso fundamental para la supervivencia en determinadas épocas del año. En verano se producía en estos pastos de alta montaña una concentración de ganados y pastores procedentes de toda la isla.
Los Guanches llamaban al Teide "Echeyde", que significaba "morada de Guayota, el Maligno". Según la tradición, Guayota secuestró al dios del Sol, Magec, y lo llevó consigo al interior del Teide. Entonces, la obscuridad se apoderó de la isla y los guanches pidieron ayuda a Achamán, su ser supremo celeste. El dios consiguió derrotar al Maligno, sacar al Sol de su cautiverio y taponar la boca de Echeyde. Dicen que el tapón que puso Achamán es el llamado Pan de Azúcar, el último cono que corona el Teide.
Parece que la leyenda guanche coincide en el tiempo con la que fuera la última gran erupción en el mismo pico del Teide.
Según relata Fernando de Colón en su libro "Historia del Almirante", cuando las carabelas pasaron cerca de Tenerife, el 24 de agosto de 1492, en su escala en La Gomera camino de América, vieron salir grandes llamaradas de la montaña más alta de todas las islas.
En 1798 se produjo la que fuera última gran erupción dentro de los límites del Parque Nacional y que formó las llamadas Narices del Teide. Durante tres meses, salieron 12 millones de metros cúbicos de lava por una grieta orientada en dirección noroeste-suroeste en las laderas de Pico Viejo, conocido también como Montaña Chahorra.
Todavía hoy, aparentemente dormido el impresionante volcán, sigue imponiendo respeto a todos aquellos que llegan hasta él.
Su majestuosa mole es el alma del Parque Nacional, y el centro de esta tierra dominada por una absoluta tiranía climática. El Teide no se considera extinguido, ya que aún cabe la posibilidad de que sus entrañas revienten de nuevo, aunque los geólogos consideran muy remota la probabilidad de que esto ocurra.
Por otra parte, es necesario destacar los nombres de algunos hombres sin cuyo trabajo la exquisita flora de esta zona no sería conocida. El primer naturalista que estudió la flora del parque nacional fue el alemán Alexander von Humboldt, que en junio de 1799 estuvo en Tenerife. El que realizó la primera descripción válida de la Violeta del Teide fue Feuillée en 1724. Durante los años 50 del siglo XX fue el sueco Sventenius quien se centró en la vegetación del Parque Nacional.
En el año 1954 se declara por decreto la creación del Parque Nacional del Teide, con el fín de proteger un paisaje de impresionante belleza que, en unión de las especiales particularidades geológicas y las peculiaridades de la flora y fauna que sustenta lo hacen merecedor de esta declaración. En 1981 se reclasifica el Parque Nacional del Teide (Ley de 25 de marzo). En 1.989 el Consejo de Europa concedió al Parque Nacional el Diploma Europeo en su máxima categoría. Este galardón a la gestión y conservación ha sido renovado en 1994, 1999 y 2004.
El 2 de julio de 2007, el Parque Nacional del Teide fue incluido en la lista de Patrimonio Mundial como Bien Natural, tras la reunión de la Convención de Patrimonio Mundial de la UNESCO celebrada en Christchurch, Nueva Zelanda.