Doñana no puede entenderse sin comprender la íntima relación humana con la naturaleza que ha hecho de este territorio lo que es hoy día.
Los primeros pobladores descubrieron la infinidad de oportunidades que se les ofrecía. Desde entonces, la pesca, la caza, la ganadería y la recolección de diversas materias primas han sido las principales actividades, modos de vida muy ligados al aprovechamiento de los recursos que han marcado una particular manera de entender la convivencia con el medio. Hoy algunos de estos usos tradicionales han desaparecido, como el carboneo, y otros perviven con las inevitables modificaciones que hacen el trabajo más cómodo y rentable.
Antaño se vivía en chozas, algunas todavía en uso, que se elaboraban a partir de vegetación y otros materiales cercanos. Una estructura sólida de madera de sabina, una primorosa cubierta de castañuela o junco, una solería pacientemente elaborada con barro y conchas marinas y algunas arpilleras blanqueadas con cal que aislaban las habitaciones, servían para construir la casa de familia. La unidad familiar lo constituía el Rancho, que se rodeaba con vallas de brezo y en su interior se instalaban varias chozas, gallineros, un pozo, porches y arriates de flores. La choza principal servía para cocinar y hacer la vida, y las segunda y tercera servían de dormitorios en las familias numerosas.
Cerca de las viviendas se concentraban otras chozas más humildes que servían de cuadras.
En los alrededores de estos poblados había huertas, a veces comunales y otras privadas, que los propios pobladores construían excavando pequeños bancales de poco más de medio metro de profundidad y rodeaban de una valla de brezo para evitar que los grandes herbívoros terminaran con la cosecha. La humedad propia del terreno y la proximidad del agua subterránea tocando las raíces de las hortalizas, hacía innecesario el riego, a la vez que permitía varias cosechas anuales.
Cada familia disponía de sus propias colmenas que eran atendidas por los más ancianos. Un cilindro de corcho de los alcornoques era todo el material necesario para instalar los enjambres.
Además de la caza de aves, liebres, conejos y grandes herbívoros, en primavera se recolectaban los huevos de las acuáticas y un poco más tarde, los patos «mancones», a los que la muda de las plumas impide temporalmente volar.
Las grandes monterías se reservaban para los propietarios y sus invitados, con frecuencia visitantes ilustres, y para los arrendatarios; en estas ocasiones los guardas participaban acorralando la caza.
Otra actividad habitual era la pesca, bien en el mar, en el río o en caños y lucios marismeños. Durante siglos las grandes almadrabas atuneras, instaladas a lo largo de la costa por el Ducado de Medina-Sidonia, contribuyeron a crear un modo de vida particular que perduró hasta bien entrado el siglo XX.
Tareas periódicas como la recolección de espárragos, horquillas para la recogida de las piñas de donde se extraían los piñones, sanguijuelas... ocupaban y aportaban ingresos extra para el sostenimiento familiar.
Las salinas, probablemente de origen romano, cuyos restos perviven en el interior del Parque, permitían extraer la sal necesaria para el consumo diario y ofrecían trabajo a un buen número de personas en las diversas temporadas.
De todas los elementos culturales que representan a Doñana y su Comarca, el caballo y la espiritualidad son los más arraigados. La saca de las Yeguas, con más de 500 años de antigüedad, es una tradición que se repite cada año cuando ganaderos de Almonte recogen al ganado caballar que pasta en la marisma para llevarlo hasta Almonte, donde se preparan para la feria del ganado en torno a los días de San Pedro, su patrón.
La devoción a las diosas ya se constata en este territorio desde muy antiguo. El yacimiento de El Tesorillo, en La Algaida (Sanlúcar de Barrameda), parece haber estado en uso desde principios del siglo V hasta el siglo I a. C. y sabemos que acogió un santuario portuario prerromano, al que acudían los navegantes, comerciantes y viajeros para invocar la protección de una diosa astral. Se trataba fundamentalmente de un lugar de culto, donde se ha hallado numeroso material votivo y otros restos relacionados con ofrendas; lugar de culto de la diosa Astarté, fenicia o tartesa, la diosa romana Venus, y muy probablemente, el lugar que Estrabón, geógrafo e historiador griego de los siglos I a.c. y I d.c. llamó Luciferi Fanum, quod vocant lucem dubiam: “El Templo del Lucero al que llaman Luz Dudosa”
Unos siglos más adelante, el culto a otra diosa, ésta cristiana, la virgen de las Rocinas o Virgen del Rocío, supone la mayor movilización de personas en este territorio, ya que cada lunes de Pentecostés cientos de miles de personas se dirigen a la Aldea del Rocío, en el borde de la la Marisma del Parque Nacional de Doñana para rendir devoción a la Virgen del Rocío, madre de las Marismas.