Puede decirse, sin exageración, que visitar el entorno del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido supone volver a tiempos pretéritos, a un pasado tejido en las leyendas que ilustran, a su manera, sucesos ocurridos en épocas remotas y que sirven de explicación a fenómenos naturales cuyo poder ha conmocionado durante siglos a un ser humano inmerso en una naturaleza esplendorosa y hostil al mismo tiempo. Las romerías y las fiestas populares en honor de los patronos de cada localidad han significado un medio importante para la convivencia entre gentes de todas estas aldeas y han servido como un auténtico caldo de cultivo para la expresión popular: son abundantes las rogativas, danzas, gozos... de gran sabiduría popular.
El sistema de vida pastoril que conllevaba toda una serie de usos y costumbres colectivas ha llegado a desaparecer en gran medida. No obstante, en el Sobrarbe se pueden revivir con intensidad esos modos de vida, ya que algunos de ellos no han desaparecido todavía y, como cerros testigos, pueden permitimos adivinar el contexto que les daba su verdadera dimensión.
Las manifestaciones culturales más importantes estaban determinadas por la dimensión social y religiosa de la vida. Algunos autores han hablado de supervivencias mágicas precristianas en las manifestaciones religiosas y de la importancia que tuvieron algunas formas brujeriles o mágicas. La religión y la magia no eran para estas gentes realmente una evasión, sino una auténtica necesidad.
La religiosidad de la zona tiene en el culto a San Úrbez uno de sus exponentes más notables. Según la tradición este santo eremita del siglo VIII, al que se le atribuyen multitud de hechos milagrosos, habitó en una época de su vida en el interior de una cueva situada al pie de Los Sestrales, en pleno corazón del Cañón de Añisclo. Puede visitarse su ermita homónima a la que se accede a través de un vertiginoso puente anclado entre las rocas sobre el río Bellós.
Las danzas, antiguamente muy ricas y variadas, se restringen actualmente a circunstancias excepcionales cuando no han llegado a desaparecer. De la riquísima variedad destacan las danzas religiosas -con "paloteaos" del valle de Broto-, las de carácter cívico-social -la arcaica del "cascabillo de Buerba"-, las elegantes danzas de salón -la de la Virgen de Pineta, por ejemplo-, las de origen francés, las de origen peninsular -el bolero de Escalona- u otras asociadas al pastoreo y la agricultura -como El Villano-.
A mitad de camino entre lo mágico y lo religioso se encuentra la fiesta de carnaval. Un ejemplo magnífico es el de Bielsa, que se viene celebrando cada año y va ganando cada vez mayor popularidad. Está protagonizado por una serie de figuras alegóricas o personajes llamados "trangas", "onsos", "caballet" y "agüeleta", los cuales parecen provenir de ritos precristianos o celtas. Estos se entremezclan con las "madamas", jóvenes de la villa ataviadas con una bella indumentaria que simbolizan la primavera, augurando así el final del largo invierno.
Otras festividades entre lo religioso y la mágico son las de San Juan -coincidente con el solsticio de verano- y de Navidad -coincidente con el solsticio de invierno-o En la noche de San Juan las gentes se purificaban en las aguas de muchos lugares concretos, "sanjuanándose" junto con sus rebaños, recogiendo plantas medicinales que utilizarían el resto del año, o bien pasando los herniado s a través de un quejigo o encina hueca para su curación. En la noche de Navidad era bendecida la "toza" o tronca gruesa de leña por el más viejo o joven de cada familia, rito pagano que ha pervivido como un culto al fuego.